lunes, 22 de octubre de 2012

Más de Cal que de Arena - La Teoría de las Mentas


La Teoría de las Mentas



Las personas que estuvieron en aquella mesa del 2001 en Quito sabrán a lo que me refiero. Para los que no nos acompañaron esa noche, procedo a contarles lo que este grupito denominamos "La Teoría de las Mentas."

Esa noche estábamos alistando mesa, bebida y comida para nuestro pasatiempo favorito: tener invitados en la casa y hablar de cualquier cosa. Recuerdo haber comprado los quesos para el fondue, los tragos, el postre y de paso hacia la caja del Supermaxi, una funda de mentitas gringas de colores pastel sin envoltura que se deshacían en la boca. Para dar más caché a la cena, dije yo.

Luego de la consabida comelona, bebelona y de hablar de todo y de nada al mismo tiempo, los contertulios decidimos dar paso a una de las nuevas opciones de entretenimiento: Texas Hold´em Poker, que se estaba poniendo de moda en el mundo y no queríamos quedar atrás. En un departamento de recién casados no teníamos granos secos con los que jugar y decidimos tomar mano de lo primero que encontramos en la mesa: las consabidas y elegantes mentas. De lo que quedaba en el plato,  repartimos los dulces en partes iguales entre Juan Carlos, Carlos, Rafael, Maya, Danilo y yo.

Tras una breve explicación y repaso fugaz por las reglas del juego, comenzó la acción. Obviamente, quienes mostraron más habilidad en leer las actitudes de sus contrincantes ante las jugadas y consecuentemente se arriesgaron a invertir sus mentas, fueron acumulando rápidamente sus azucarados activos en detrimento de quienes aún pensábamos que se trataba de un juego de puro azar.

Luego de algunas escaramuzas, decidimos escribir (y posteriormente firmar, en caso de que el alcohol nos ayude a olvidar) en un papel de cuaderno las reglas de juego, en especial las relacionadas con la prelación de las "manos", contribuyendo a que la tertulia no pase de una reunión amigable en la que la pérdida máxima sería la funda de mentas de propiedad de la dueña de casa. Aún así, las jugadas de los menos hábiles o de quienes el amor les sonreía ampliamente esa noche ("Bien en el Juego, mal en el Amor"), siguieron con la tendencia a la pérdida.

Luego de varias rondas, y al quedarle tan solo 9 mentitas, Juan Carlos exclamó la profunda injusticia de la que se veía víctima: "En esta mesa, solo los ricos pueden jugar, solo los Noboa, los Wright, los Egas que tienen dinero. Los que no tenemos estamos fuera del juego." Supongo que Carlos - que estaba a su derecha- sintió lástima y le dió 4 mentas con el fin de compartir la buena racha con su amigo. Esas pocas mentas corrieron la misma suerte que sus predecesoras, y su dueño se vio obligado a abandonar el juego. Pero como las reglas se hicieron para hacer excepciones, Juan Carlos incautó la funda de mentas que reposaba ingenua junto a la mesa.

Con la totalidad del circulante en su poder, Juan Carlos tuvo lo suficiente para apostar en todas las manos que tuvo a bien considerar, no sin ser objeto de la voz de alarma que Carlos dio a todos los integrantes: "¡Se están apropiando del Erario Nacional!". A la mayoría no le importó y no hizo más que seguir jugando con las mentas que le quedaban. Yo, como propietaria de la funda, no le di importancia al hecho, que resolvió mi dilema de si guardaba o no el resto de mentas medio manoseadas. 

A cada "millonaria inversión" de Juan Carlos, Carlos le siguió espetando el abuso de poder al que todos estábamos expuestos, "Están gastando el Erario Nacional", continuó con su diátriba sin respuesta, en parte porque a mayor circulante, mayor era la ganancia de los habilidosos que sabían como hacerse de las mentas, aunque en realidad el destino de ellas sea invariablemente el basurero.  En uno de esos repetitivos lamentos de su amigo, Juan Carlos tomó un puñado de la funda y las puso enérgicamente frente a él, con el consiguiente mensaje: "Toma, toma unas mentas con tal de que dejes de quejarte."

De más está decir que todos estallamos en carcajadas al evidenciar en pocos minutos el cambio radical que había experimentado el jugador, desde que sufrió el deterioro de su patrimonio, hasta que fue el propietario de facto de los recursos que quedaban.

El mismo evidente cambio que puede sufrir cualquiera que no esté preparado para recibir un poco de poder sobre el resto (sobre todo cuando las mentas que son de todos son de nadie). El poder social, económico, político, etc., es un animal peligroso que debe ser manejado con pinzas ya que no se sabe por donde va a atacar, lo que conocemos es que nadie volverá a ser el mismo luego del primer mordisco. El poder es enviciante y si el poderoso no valida la fuente de ese poder en sí mismo, corre el riesgo de convertirse en adicto al reconocimiento público, sin remedio conocido. ¿El antídoto? Ejercer su máximo poder en su capacidad de autocontrol y encontrar en el espejo del futuro las virtudes que necesita tener hoy para mirarse de esa manera con su familia, como parte de su sociedad y en sus grandezas y pequeñeces de todos los días. 

Un comportamiento igual de interesante es de quienes se dan cuenta de los abusos del ego y los denuncian abiertamente. Pueden ser callados si el poderoso se da cuenta de que pata cojean y comparte un par de cucharadas de las mieles del poder. O no querer ser silenciados y probarán tragos amargos. También hay quienes se dan cuenta y escogen hacer nada al respecto, porque prefieren los mares sin olas o ya encontraron la oportunidad en la crisis. Los apáticos, los quemeimportistas, los "así mismo es", son la mayoría en cualquier sociedad que se jacte de concentrar el poder de una manera efectiva y casi absoluta.

El poder y sus cantos de sirena pueden ser evitados si entregamos nuestro pequeño depósito a una persona que haya despertado su poder interno y no necesite brillar con luces ajenas. Pero como caras vemos y subconscientes no sabemos, es fundamental que despertemos de manera individual y como comunidad al poder y comprendamos que cada una de nuestras decisiones de compra, de consumo, de inversión, de palabra, de acto y de omisión, son el real poder detrás del poder. Que la publicidad no escoge nuestros gustos, que los poderosos no nos van a devolver lo que nos quitaron o entregamos voluntariamente años atrás; que un nombramiento no incluye la realización personal; que muchas gaviotas sí pueden hacer un verano. Hasta la próxima.