viernes, 23 de diciembre de 2011

Navidad, ¿toda la tierra se alegra?


¿Depresión en Navidad? Parecería contradictorio sentirse así en una época que es tan públicamente conocida por la paz, el amor, la alegría que genera en el mundo. O que debería generar. Para un sector importante de la población esta época es especialmente sensible. De acuerdo con los estudios del Instituto Guestalt, en diciembre crece la incidencia de casos depresivos en alrededor del 40%.

Parecería que las razones de depresión son dispersas y que dependería de la situaciones personales, pero hay algunas que son comunes: la lejanía de la familia, la pérdida del amor o de personas queridas, el excesivo gasto en regalos, el balance negativo entre las metas propuestas y los objetivos alcanzados. Entre tantas razones y miles de situaciones, hay una que es tan incoherente como este sentimiento de tristeza en la “época más feliz del año” y es la incapacidad financiera de comprar lo que las personas alegres de los comerciales compran. Nada más dañino que la comparación de la vida real con las propagandas y afiches navideños que desvirtúan el sentido de estas fiestas y las resumen en la capacidad de gasto y la felicidad obligada.

Lamentablemente la historia se ha desarrollado de esta manera y a las puertas del nuevo año, nos topamos con un tráfico infernal, con gente apurada y malhumorada en los centros comerciales y con un sentimiento de triste impotencia ante la corriente imposible de resistir del consumismo. 

Pero la batalla no está perdida. La navidad es una fecha en el calendario y cada persona le puede dar el sentido en su vida que crea conveniente. No es obligación gastar el sueldo presente y futuro en compras caras, regalemos algo más costoso: nuestro tiempo, la reconciliación, la amistad. Sí, suena terriblemente cliché, pero la Navidad trae un estado de ánimo especial que puede ser aprovechado para hacer cosas que durante el resto del año no hacemos: regalar galletas a los vecinos, dar abrazos sin dar explicaciones, escribir cartas de amor o llorar sin motivo.  En esta época se esperan comportamientos particulares y perdón casi ilimitado. Así que el día de hoy puede ser el pretexto ideal para usar ropa extravagante, peinarse diferente, cocinar una receta complicada y disfrutar con buen humor de nuestras propias ansiedades. Feliz Navidad a todos los entusiastas y a todos los depresivos, no están solos en su sentimiento. Hasta la próxima, Noel

jueves, 24 de noviembre de 2011

La Muerte Brava 2



Sintiendo tan cercano Diciembre y habiendo padecido la desatinada publicidad de la Feria Taurina de Quito, me he visto compelida a reescribir este artículo sobre mis opiniones de la Fiesta Brava. Son observaciones tan personales como sinceras sobre el tema.

La primera, la evidente, es la emocionalidad que me provoca la faena. Me visto con mis mejores galas y me voy a admirar el rito de “muerte y vida” de la plaza. Uno ve a los toros de lejos, pero con la botella cerca y la música que acompaña a los más de 300 kilos de masa corriendo su bravura de un lado al otro, respondiendo a las circunstancias del último día de su vida. En algún momento, entre las banderillas y las picadas, el toro debe sentir la ansiedad de querer devolverse por donde entró y no poder hacerlo. No pretendo que el animal reflexione sobre lo que está suciediendo (sería peor), sino simplemente debe sentir dolor y miedo. Así como no debe saber a que tipo de fiesta le han invitado, ni que es el portaestandarte de una tradición gallarda y que representa palabras complejas como destino, nobleza, casta. Tampoco va a entender los poemas de los románticos de la tauromaquia que afirman querer y respetar al insigne animal y que lo colocan como el depositario de un arte que va más allá del bien y el mal y que representa el rito de la naturaleza en su estado puro y salvaje, como debe ser y siempre ha sido. También representa otras palabras no tan altivas como mercadotecnia, rabos (por lo visto de todo tipo), cachos (también), abonos, fiesta, borrachos; pero tampoco las va a entender.

Aunque tuviera una casa llena de chivos (gatos, perros, culebras), me sentiría incómoda al entregar uno de ellos para sentir la adrenalina y la carga emocional de acuchillarlo con un grupo de amigos. Porque el sentimiento del torero tampoco debe ser fácil. Si no estamos describiendo a un sociópata, el tener un toro de semejante tamaño embistiendo a una indefensa capa roja, debe ser una descarga inigualable de emociones. Más aún en el momento de encajar la espada, tener la intención y matar a un ser que estuvo vivo y que lo correteó por algunos minutos. Prueben con un pavo en vísperas. Ni mi mamá ni yo pudimos y eso que queríamos comerlo. No pues, -dirán- ¿Y los pollos? ¿Y las vacas? Tampoco me sentiría cómoda asistiendo al matadero e imagino que por ello no han construído graderíos para la gente aficionada a compartir otro tipo de faenamiento. No van porque no debe ser agradable.

Dejando aparte el lado oscuro de las emociones y pasando a la claridad numérica de las estadísticas, primero quiero contar una historia. Como hace 15 años sí era una entusiasta. Apreciaba el arte taurino, me sabía los nombres de algunos de los pases del toreo y admiraba al matador que suda su arte y se juega la vida en cada movimiento, con la gracia de bailarina y el aplomo de espartano.

Alguna vez compartí almuerzo con un torero español muy ovacionado, (y guapo, que parecería ser requisito indispensable de la "tradición"), días después de que acompañé a unos ganaderos de toros de lidia y haya visto demasiado de cerca (escondida detrás de unos montículos) la majestuosidad de los ejemplares que en unos días morirían sobre la arena de la plaza. Inclusive en una ocasión anterior me ofrecí como valiente voluntaria en Tambo Mulaló para “dominar” a un bicho luego de que hubo lidiado con el aficionado práctico. Bajé las gradas mirando al animal, notando como a cada paso su tamaño pasaba de “un perro grande” (como lo había llamado) a “becerro” de cuya cabeza nacía apenas la cornamenta. Cómo describir la adrenalina y la emoción derivada de decenas de voces animándome, la lanzada de la montera y el capote en mis manos, ligera protección frente a los kilos que corrían hacia ella…

Entonces, ¿Cómo es que ahora estoy escribiendo estas cosas? Ocurrió una tarde de Diciembre, cuando me senté, sin saberlo, a admirar por última vez el arte “de la valentía y la pureza”. Salió el toro brioso, de una negrura imposible que me hizo pensar en que existe nobleza en la estampa de Goya. En un momento inesperado, el toro sorprende al torero y le arrebata la muleta en medio de la plaza. El toro se percata de su superioridad física y embiste enfurecido. El grito se atora en mi garganta y mis manos tapan la boca en un acto reflejo universal de emoción contenida. El torero corre con el temor de que no va a llegar al burladero, mis manos sudan y anticipo el desenlace; pero de la nada, un aficionado que no debe haber bebido como el resto, lanza su chaqueta y distrae al toro de un desenlace sangriento. Todos respiran aliviados - menos yo -  que en los segundos que duró la cuestión, mi alma cambió de bando. Es terrible decirlo, pero estaba a favor del toro.

Si toro y torero se enfrentan en condiciones equitativas, ¿Por qué el marcador es casi siempre favorable al humano? El torero ha ejercido su voluntad y ha escogido su profesión, se ha vestido de luces y esa mañana ha decidido enfrentar a sus miedos y a una potencial muerte. El toro ha sido encerrado, maltratado, privado de comida y no sabemos si ha sido su voluntad el salir a entretener. Si los dos tienen la misma probabilidad de salir caminando, ¿no deberían ser los resultados diferentes? Interpolando los datos estadísticos, el ser torero entraña menor riesgo que ser chofer de la Ruta Aloag-Santo Domingo (bueno, hace 30 años). Y a pesar de esto, valiosos toreros de gran experiencia y talla mundial han muerto en su ley y haciendo valer su deseo de entregar su vida para preservar la fiesta. Para algunas familias de los toreros muertos (no del grupo musical, claro está) que siguen sufriendo y reviviendo su temprana partida, ¿no sería esto suficiente para sentirse incómodos en una corrida?

Finalmente, pero no menos importante, sino todo lo contrario, defiendo el derecho que tienen los aficionados a organizar, asistir y disfrutar de su afición. No deben sentir la misma incomodidad al ser espectadores del dolor y terror de un ser vivo que no quiere morir, en cuyo caso me alegro. Tengo la impresión que mi incomodidad es compartida por otros asistentes que les incomoda más aún admitir que tampoco disfrutan de la faena como deberían hacerlo, pero que de todos modos la costumbre, el deseo de pertenecer y de salir en las propagandas, les son prioritarios. Liberador es el momento en el que me he dado cuenta de lo que siento y me he atrevido a compartirlo de corazón, pero no por eso pretendo que enarbolo la única verdad verdadera y que todo el que se cruce en mi camino debe pensar y actuar como yo para que considerarlos del lado correcto. Eso se lo dejo a los políticos, que ingenuamente quisieron normar un tema complicado con una pregunta mal hecha, con interpretaciones municipales demasiado creativas y con un mandato popular que se va a desconocer. Es decir con una papa caliente. Hasta el perdón, San Francisco de Asís.

domingo, 20 de noviembre de 2011

De los dolores musicales, parte I



A veces, las flores más bellas florecen en sitios imposibles. En este último viaje, me he pasado viendo películas viejas, nuevas, prestadas, adquiridas unas, siniestradas otras, -gracias a la tacañería de no contratar cable por tan poco tiempo-. En esas vueltas, ví “La Vie en Rose” que relata la vida de Edith Piaf y que no había visto en su debido momento.

Desde pequeña, había oído esa voz y esa entonación gutural en el radio de onda corta de mi papá. Esa “r” líricamente incorrecta, pero a la vez tan intrigante, tan seductora, tan asfixiante que me producía un corto momento de infinita nostalgia, aunque no sabía una gota de francés ni tampoco sabía sobre nostalgias. Sentía un poco de tristeza, de irreverencia en su voz y de mucha seguridad cuando las oía. Gracias a la tecnología globalizada, puedo verla en vídeo y ponerle traducciones a las muecas y manos crispadas de la Piaf. No me han decepcionado – como otras cuya melodía no se compadece con el sentido de las letra – y no dejo de oír las canciones una y otra vez y oigo diferentes versiones, varias presentaciones, las traduzco, las deshago al revés y las vuelvo a oír al derecho. No debería “gastarlas” tanto, porque me aterra que pierdan ese misterio y la magia de la primera vez. Pero no puedo evitarlo y las pongo una vez más. Je ne Regrette Rien, Padam Padam, La Foule…. Con una lágrima más de una vez.

A pesar de circunstancias extremadamente trágicas, que no daban descanso a mi corazón mientras la película transcurría en la penumbra, ella siguió cantando y viviendo mientras por mucho menos, uno desearía morir en medio de las sábanas de su cama. El momento cumbre, la entrevista en la que le preguntan que diría a una mujer, a un hombre y a un niño; a lo que ella responde “que ame, que ame, que ame”. En todo su infortunio, al oír esta declaración sentí alivio al entender que Edith encontró la clave de su talento. La sabiduría no afectada por la “deformación académica”, la sabiduría de saber que el amor es el único antídoto que trasciende el miedo y el dolor de luchar por dar al mundo los frutos cuyas semillas vamos cargando desde que fuimos concebidos.

No soy experta en música, ni en lírica y no tengo autoridad para decir si alguien canta bien o mal. Me viene a la mente Julio Jaramillo y la Coca Cola. Aunque cualquier fábrica pueda producir un líquido oscuro con la misma receta o que al estilizado -pero profano- Julio Iglesias le de por cantar pasillos, rock o tango, el producto original es más que un sabor. Es un paquete completo que evoca una emoción, una experiencia de vida, con sus vicios, con sus temores, con sus triunfos y sus penas recibidos en una canción. Hasta la próxima.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Más de Cal que de Arena

Ayer soñé que en medio de la sala de la casa me juzgaron y me condenaron a inyección letal en el brazo derecho. Sentencia redactada y cumplida con la inmediata eficacia del reino de mis sueños. 

Tanta eficiencia fue, que la gente empezó a llegar de todas partes y épocas. Gente muy cercana y gente que no había visto desde el kinder. Recuerdo haber buscado a mi hermana, que se escabullía entre la multitud. Mi padre vio el reloj y dijo que ya habían pasado 45 minutos. Me puso su mirada de "no hay nada que hacer" y en voz baja me dijo que esto no le parecía nada bien. Entre otras cosas,  pensé que 45 minutos era demasiado tiempo y que ninguno de los invitados me miraba o se daba cuenta de que esa fiesta era en mi honor. O en mi deshonor.

Me desperté arropada por la sensación de que algo se me quedó en ese juicio y que la inyección que no funcionó era una segunda oportunidad. 

Este noviembre se cumplen 4 años desde que empecé a escribir artículos para la página web de Radio Visión en Quito, que la titulé "Más de Cal que de Arena". Michelle Oquendo me extendió esa generosa invitación y mis palabras se exhibieron en el Segmento "Desde mi Visión". Fue uno de mis mejores sueños hecho realidad.

Me encanta leer y me hubiera gustado ser escritora, pero mi (de)formación académica y el trabajo que elegí no me han brindado muchas ocasiones más allá de memorandos, cartas y por supuesto cientos de e-mails que pelean por parecer más importantes en las bandejas de entrada.

¿Y por qué ese título? Fue un nombre derivado de la conocida frase “Una de cal y otra de arena”, frase que venía discutiendo con mi esposo Danilo mientras manejaba de regreso a casa, en aquellas épocas cuando trabajaba más de lo que debía. 

¿Y cuál es lo bueno, la cal o la arena? No sé, creo que la cal, dijo Danilo luego de que me miró como diciendo “Que pregunta más ocurrida”. Aunque la arena nos puso a pensar en la playa, nos pusimos creativos y acordamos que la cal es lo bueno porque tiene más usos, porque es más elaborada y finalmente porque es más escasa que la arena. “Y así es la vida”, quedamos de acuerdo.

En cierta manera, así es la vida, cosas que parecen buenas, pero no resultaron ser; cosas que parecen malas, pero que son lo mejor que nos pasaron. Cosas que nos gustan y cosas que nos hacen infelices pueden ser la cal o la arena de la vida. En realidad son únicamente circunstancias y el cómo las escribamos en nuestra historia dependerá de la actitud que asumamos frente a ellas. 

Aunque no sé si el químico más hábil ya ha convertido la arena en cal o al revés, nosotros sí podemos escoger pensar de manera positiva y conseguir que la tragedia se de la vuelta y nos muestre su cara cómica. “Pero la arena es necesaria también”, los momentos difíciles nos llevan a mejorar, a reflexionar. La mezcla de cal y arena hace que nos sintamos vivos y con retos que superar. 

Otra oportunidad para sentirme como "cal viva", vino de manos de Mercedes y Caridad Vela, a través de la Revista Clave!. En este caso utilicé también mis conocimientos y contactos para lograr empatía con los entrevistados y estructurar los artículo de manera coherente para el lector que busca información especializada. 

Me encantó. Fueron muchos meses pero pocos años que me sentí en el techo del mundo. Como cuando me meto a la cocina por horas y hago algo que comparto con los invitados. Y les encanta y me preguntan la receta y se la repiten. (Eso faltó. Debí haber cocinado algo en el sueño de ayer)

Estas experiencias felices fueron interrumpidas de manera un tanto violenta cuando, en enero de 2009, cargué mi vida en dos maletas y aterricé en otro país. He conocido nueva gente, nuevos paisajes, nuevos retos y muchas emociones que me han tenido mezclando cal y arena todos los días. Aburrido no es. 

Sin embargo, a pesar de haber avanzado en el arte de la construcción a distancia y haber estudiado un postgrado en labores domésticas, que indudablemente han colaborado en el aparecimiento de nuevas psicopatías; esta noche he decidido volver a escribir. No solo por la necesidad de compartir lo que escribo sino por la profunda ansiedad que siento al no hacerlo. Las telarañas se acumulan en la cabeza y los pensamientos vuelan incontrolables como plástico al viento. Para muestra un botón. 

El 11-11 está próximo a terminar y yo también. Mañana es un gran día, 24 nuevas horas en las que tendremos miles de oportunidades de escoger como las construiremos en recuerdos. Este es un gran reto que esta vez no viene de ninguna otra mano sino de la mía. De mi mano y de miles de mariposas en el estómago. Hasta la próxima.