viernes, 9 de enero de 2015

¿Charlie, ser o no ser?

A estas alturas de la primera semana laborable del año, cualquier persona medianamente conectada sabe de lo que escribo y probablemente tendrá definida su posición. La mía ha variado, pero poco, sobre su escencia: ninguna caricatura o idea "ofensiva" - y peor sobre religión - debería motivar la matanza de sus autores y colaboradores; ni provocar terror a clientes de supermercados, ni asaltos a imprentas o cualquier otro acto terrorista.

Recién esta semana he visto las caricaturas de Charlie Hebdo. Las he encontrado ofensivas, morbosas e imperdonablemente vulgares. Dudo que la revista haya tenido un desempeño boyante, a no ser por sus suscriptores ideológicos o auspiciantes interesados de alguna manera en sus pases a los grupos musulmanes.  A los musulmanes, porque a pesar de haberle puesto tanga hasta al Papa Francisco, ningún católico ha sentido una rabia ciega tal capaz de amenazar de muerte al humorista o jurar que su sangre limpiaría la ofensa. Desde el punto de vista práctico, Charlie Hebdo -sabiendo el efecto que causan sus controversias (y que tal vez era lo único que les permitía sobresalir y sobrevivir en un mercado altamente competitivo)- decidió cubrirse de pescados y salir a pasear frente a un oso Grizzly. Puede haber estado en su derecho de expresarse con un sombrero de salmones, haberse puesto perfume de trucha y gritar a los cuatro vientos que tiene todo el derecho de caminar libremente en Yellowstone; pero el oso no va a entender de derechos, ni de izquierdos, y va a hundir las garras en la barriga del libre dibujante.

Llegado el caso, sé que no me practicaría un aborto, pero apoyo a las mujeres que han se han decidido por tan dolorosa opción; un aborto no es un paseo en el parque, es una decisión de consecuencias eternas. Hace tiempo dejé de ir a las corridas de toros por decisión propia, ya no los disfruto; pero mis creencias y emociones sobre los toritos no me llevan a poner una bomba al coso o a  poner veneno al jerez.

Fútbol, religiones y política. Era verdad lo que decía mi padre, no se habla de ellas en la mesa. No sabemos si en la silla frente a la nuestra está sentado un fanático de las revoluciones de los últimos días, de las barras bravas o del Levítico, capaz de ponernos cianuro a la sopa o de clavarnos el cuchilo de la mantequilla en la yugular cuando, -generalmente yo- discrepamos o emitimos una opinión práctica sobre los dogmas que se supone que van mas allá de la vida y de la muerte y con una solemnidad tal que no pasa por el mayor filtro de la ridiculez: el humor.

No estoy diciendo que estoy en contra del concepto de un Dios universal o de nuestra propia experiencia de espiritualidad. Con cada bomba y ataque regado por los fundamentalistas, me convenzo de que si el Gran Organizador del universo hubiera creado todas las religiones, no las hubiera organizado de tal manera de que de cuando en vez, se eliminen miles de personas en nombre de un libro, de una ley, de una palabra, de una tela. ¿O sí?

Difruto de encontrar mi propio camino a la espiritualidad, más que adoptar una lista de requisitos que se contraponen a muchas otras listas y luego promover una gran querella por aquello. A pesar de que quisiera que todos piensen como yo, acepto que no todos los humanos caminan por el mismo sendero y que de hacerlo, algunos están más adelantados o atrasados. Pero cada quien escogerá sus zapatos y decidirá su camino. Los caminos impuestos lamentablemente pueden terminar en tragedias cruciales para la humanidad como la de París. Hasta la próxima.