viernes, 17 de abril de 2015

Nostalgias del Trópico

He pospuesto escribir esta entrada desde hace meses. En el país de "hágalo usted mismo", he estado ocupada no solo en liquidar una empresa a distancia e iniciar una nueva, sino en las diarias labores domésticas de limpieza, transporte, y logística de una familia de seis miembros sin empleada. 

Luego de escribir, promocionar, traducir, negociar, limpiar, en fin; de hacer lo que sea necesario para cerrar la semana, decidí abrir la típica botella de vino que se guarda para ocasiones especiales y sentarme con mi licra y camiseta sudada en una esquina de un viernes por la noche. Desde el patio de mi casa, alzé la copa y me pregunté si en algún momento se pone esto más fácil y en lugar de brindar desde la humedad del trópico, podría estar brindando desde otro ambiente más sexy, digamos Paris. Y empecé a imaginar que haría falta para trasladar este momento al otro lado del charco.

Que conveniente sería que me inviten a Paris o que esta botella -con cena que la acompañe-, fueran parte de los gastos de viaje. Si quiero que alguien me acompañe, nos ponemos de acuerdo, pedimos que nos inscriban en la lista del "Sexto Congreso Iberoamericano de las Sub-secretarías Interregionales de Juventudes en Éxtasis" (entiéndase como prefiera), para el cual hace falta ser tan solo quinto secretario del asesor ministerial titular de antiguedad II. Como cualquier comisión respetable, sobre todo cuando hay dinero, y más aún cuando el dinero no lo tengo que producir yo; es necesario llevar una comitiva apropiada que represente con dignidad al soberano país que participará en la misión. Y apoyamos que tenga que ser en París porque el encuentro fue iniciado por los jóvenes graduados de la Sorbona hace seis años, que una vez que consiguieron cargos de relevancia en su gobierno, crearon tan práctico grupo, con el fin de tener ocupado el mes de febrero. Enero está copado con el "XXII Encuentro Multilateral de Autoridades Políticas que Prefieren Viajar en Lugar de Recibir Bono" que se realiza invariablemente en Punta Cana, y en marzo, Rusia tiene una estupenda primavera. 

En estos encuentros habrá que ser recibido en aeropuertos, trasladado a hoteles, llevado a almuerzos auspiciados por el país visitado, que hará lo posible por lucirse en todo lo concerniente a logística, decoración y shows culturales para dejar su país en un buen lugar en la lista de eventos internacionales. El "Encuentro", "Congreso", "Asamblea" (o el nombre que suene más trascendente) se celebrará -para deleite de los presentes- en algún hotel, museo, o edificio que represente altivamente a la nación invitante, con fondos destinados en el presupuesto general para estas magnas y útiles reuniones. Fondos de los que no me preocuparé de donde salen.

Desde luego, habrá que vestirse de acuerdo a la ocasión, no vayan a creerse los delegados de los "Imperios" que por usar ropa más costosa, su país será mejor que el mío. Esto será gasto de viaje, no querrán que salga en las fotos - de las revistas creadas para el evento - y deje al país estéticamente mal representado. Luego de jugar Tetris por cinco horas, acaba la tertulia y finalmente podremos salir a tomar la susodicha copa de vino en una de las calles del viejo Paris. 

Saldremos a festejar con los delegados del país que nos parezca que tiene más recursos o con quien se muestre más entusiasta para organizar la "I Convención de Países Alineados y Desaliñados en la Gobernanza Púbica (jaja)" a ser celebrado en las Islas Canarias para ocupar los septiembres y probar las malvasías.  Al regreso, reportaré con trasnochada verborrea las virtudes y beneficios para la nación, de este tipo de intercambios de orden ideológico y de cooperación global, que garantizan el progreso y llenan de virtud bolivariana a los países hermanados por la unión solidaria y el abuso de los discursos adjetivados en la función pública.

Luego de editar el reporte y compartir con mis colegas las fotos del viaje europeo, pensaré en las recompensas de tan duro trabajo y el orgullo que debe sentir Marx (no el resentido, tampoco el cuencano), toda vez que he reinvidicado a los proletarios del mundo que con cuyo trabajo sacrificado han movido las ruedas del molino hacia el ideal de la revolución: grupos de intelectuales que trabajan de sol a sombra en proyectos que no rinden réditos suficientes para sustentar sus propios sueldos ni las botellas de vino de cada viaje. Calculemos cuántas horas de labor invertí en planeación, participación, reporte; al menos 80, que multiplicadas por el 'valor' de cada hora de intensa intelecualidad, resulta en un sueldo que - de no ser por mi inclinación de izquierda y mi opción por los más desposeídos - este gobierno no podría pagar. Pero así soy, desprendida. 

He encontrado el modelo perfecto para disfrutar del mundo, despreocuparme de conseguir clientes, de financiar inversiones, de controlar gastos y de paso acariciarme el ego. Atrás quedaron los malos momentos y los empresarios malos, muy malos (adjetivo que está de moda) que insisten vanamente en que las inversiones deben producir rendimientos futuros, que el ahorro es fuente de riqueza y oportunidad de inversión, que el valor del trabajo no se mide en incontables horas trabajadas sino en la utilidad que el trabajo represente para el cliente. Nostalgias de un mundo paralelo en el que una botella de vino sale del propio bolsillo, da igual si es del derecho o del izquierdo.

Es tarde y el fondo de la botella me regresa a mi húmeda realidad. Mañana es otro bregar, digo y me levanto con la botella para tirarla en la pila de reciclaje. En todos los lugares se cuecen habas, pero ¿no es demasiado abuso no solo tener que sembrar y cosechar las legumbres, sino entregar una porción cada vez mayor de cada plato de habas que venda? Y sin siquiera asistir a una cumbre. Hasta la próxima. 








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