domingo, 20 de noviembre de 2011

De los dolores musicales, parte I



A veces, las flores más bellas florecen en sitios imposibles. En este último viaje, me he pasado viendo películas viejas, nuevas, prestadas, adquiridas unas, siniestradas otras, -gracias a la tacañería de no contratar cable por tan poco tiempo-. En esas vueltas, ví “La Vie en Rose” que relata la vida de Edith Piaf y que no había visto en su debido momento.

Desde pequeña, había oído esa voz y esa entonación gutural en el radio de onda corta de mi papá. Esa “r” líricamente incorrecta, pero a la vez tan intrigante, tan seductora, tan asfixiante que me producía un corto momento de infinita nostalgia, aunque no sabía una gota de francés ni tampoco sabía sobre nostalgias. Sentía un poco de tristeza, de irreverencia en su voz y de mucha seguridad cuando las oía. Gracias a la tecnología globalizada, puedo verla en vídeo y ponerle traducciones a las muecas y manos crispadas de la Piaf. No me han decepcionado – como otras cuya melodía no se compadece con el sentido de las letra – y no dejo de oír las canciones una y otra vez y oigo diferentes versiones, varias presentaciones, las traduzco, las deshago al revés y las vuelvo a oír al derecho. No debería “gastarlas” tanto, porque me aterra que pierdan ese misterio y la magia de la primera vez. Pero no puedo evitarlo y las pongo una vez más. Je ne Regrette Rien, Padam Padam, La Foule…. Con una lágrima más de una vez.

A pesar de circunstancias extremadamente trágicas, que no daban descanso a mi corazón mientras la película transcurría en la penumbra, ella siguió cantando y viviendo mientras por mucho menos, uno desearía morir en medio de las sábanas de su cama. El momento cumbre, la entrevista en la que le preguntan que diría a una mujer, a un hombre y a un niño; a lo que ella responde “que ame, que ame, que ame”. En todo su infortunio, al oír esta declaración sentí alivio al entender que Edith encontró la clave de su talento. La sabiduría no afectada por la “deformación académica”, la sabiduría de saber que el amor es el único antídoto que trasciende el miedo y el dolor de luchar por dar al mundo los frutos cuyas semillas vamos cargando desde que fuimos concebidos.

No soy experta en música, ni en lírica y no tengo autoridad para decir si alguien canta bien o mal. Me viene a la mente Julio Jaramillo y la Coca Cola. Aunque cualquier fábrica pueda producir un líquido oscuro con la misma receta o que al estilizado -pero profano- Julio Iglesias le de por cantar pasillos, rock o tango, el producto original es más que un sabor. Es un paquete completo que evoca una emoción, una experiencia de vida, con sus vicios, con sus temores, con sus triunfos y sus penas recibidos en una canción. Hasta la próxima.

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